5.1.6. Accidentes en transportes
Fallas en el sistema transporte colectivo, concesionado y particular, ya sea comercial o de pasajeros, aeronaves privadas y gubernamentales.
Estos accidentes constituyen una amenaza para la seguridad y vida de la población, en particular en las instalaciones del Sistema de Transporte Colectivo Metro, pues ante la interrupción súbita o inesperada del servicio se produce la evacuación y desplazamiento de modo masivo y desorganizado de los usuarios, quienes se ven forzados a utilizar rutas y medios de transporte alternos, generalmente rebasados en su capacidad.
La figura de fenómenos socioorganizativos abarca las probables emergencias ocasionadas en concentraciones masivas, accidentes de transporte y fallas en sistemas tecnoindustriales y de servicios públicos. Sin embargo, el concepto presenta problemas en relación con las nociones de accidente, catástrofe y la vinculación entre fenómenos naturales–fisicoquímicos, geológicos, hidrometeorológicos y los sociotecnológicos, que pueden conformar desastres.
A los fenómenos socioorganizativos, por lo general, se les resta importancia especialmente a los contenidos sociales sustantivos, que son los que definen cualquier consideración de desastre (Macías, 1999, p. 57). El problema conceptual radica en el hecho que todo desastre engloba un fenómeno socioorganizativo. Así, es necesario que los estudiosos intenten precisar el concepto; en tanto, se seguirá abordando sobre la definición del Sistema Nacional de Protección Civil.
En cuanto a las características de detonación del fenómeno socioorganizativo, son accidentales como ocurrencia de un suceso eventual o acción de que involuntariamente puede dañar a las personas, bienes y entorno, y en algunos casos, incidentales, que se generan, desarrollan y derivan del evento principal.
En los conglomerados sociales, concurren personas con características y costumbres heterogéneas, por lo que el comportamiento pueden ser imitativo y ocasionar que ante la percepción de un posible peligro, se generen reacciones no adaptativas ante el temor, y transformarse en caos (Ospina, 2006).
Asimismo, la actitud individual o colectiva puede desembocar en conductas antisociales, en especial para los casos en que se pretende o se logra alterar el orden público, intimidar o amenazar a la población de un determinado inmueble, organización, dependencia o institución a la que se determina como estratégica, representante o condicionante de una situación de vulnerabilidad, afectación o limitación ideológica, económica, social o política.
Las conductas imprudenciales son de mayor recurrencia, las cuales no dependen directamente del número de personas ni del contexto, sino de las causalidades y los efectos resultantes, tal es el caso de contingentes en desbandada, las avalanchas humanas que ocurren en los estadios, peregrinaciones, espectáculos musicales masivos, accidentes en los diferentes medios de transportes vía aérea, terrestre o marítima; y se constituyen como los principales generadores de daños o pérdidas materiales o humanas.
Las reacciones violentas incontroladas, eufóricas o inconscientes son factores comunes que, bajo la percepción de masa, propician caos, agresión colectiva, pánico generalizado, entre otros, lo cual se intensifica si existen condiciones emocionales de agravio previo, descontento, desinformación, fanatismo, por mencionar algunos.
Otras características que se incorporan en los riesgos socioorganizativos son el carácter de desorden público, el descuido y la inconsciencia, los que en visión de conjunto ponen de manifiesto la complejidad de tratamiento, porque además de que irrumpen en el equilibrio habitual de las actividades; provocan alteraciones de tipo psicológico, social, económico y ambiental de la población; pueden en caso extremo, producir o desarrollar algún desastre de magnitudes incalculables (Macías, 1999, p. 57).
Tanto para los riesgos de tipo natural, como para los tecnológicos y sociales, el desastre se desarrolla en un lugar y tiempo determinados, que evidencia el grado de vulnerabilidad de un grupo social establecido. Dicha vulnerabilidad se desprende de las condiciones socioeconómicas previas a la aparición del fenómeno perturbador; es consecuencia de un proceso de acumulación de factores socioeconómicos, ambientales, sanitarios, nutricionales e incluso psicosociales (Gentile, 1994, p. 89).
Con el desarrollo de la cultura de la prevención en América Latina, se han adoptado diversos criterios fundamentados en investigaciones de la Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina y en México, del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas), entre otros, respecto al tema de vulnerabilidad, que precisa la existencia de diversos aspectos que componen y determinan en conjunto la susceptibilidad de afectación o daño en la población ante determinado riesgo. Estos son clasificados en los tópicos de vulnerabilidad natural, física, técnica, económica, social, política, ideológica, cultural, educativa, ecológica, e institucional (Wilches, 1993). A todos estos tipos, en materia de protección civil se sugiere considerar la vulnerabilidad informativa, debido a que la población es vulnerable al no conocer e identificar los riesgos.
La vertiente de investigación no se reduce a la determinación de lo que es vulnerabilidad, sino a mitigarle. Una reducción real de la vulnerabilidad está asociada al desarrollo. Hay una correlación muy estrecha entre desarrollo y prevención, mitigación o reducción de la vulnerabilidad, por varias razones: primero, porque a mayor desarrollo hay más recursos materiales y se cuenta con algo que defender. Quien no tiene bienes ni perspectiva alguna en su vida, puede convivir con el riesgo y aceptar vivir en el fondo de una barranca, expuesto a derrumbes, hundimientos e inundaciones, porque quizá no tiene alternativa, únicamente satisface sus necesidades básicas; sin embargo, si existe una percepción del riesgo real y cuenta con los recursos, no se va a ubicar en una zona de tan alta vulnerabilidad porque sabe que ahí va a estar expuesto al peligro (Meli, 2005, p. 246-247).
Dentro de las comunidades, el riesgo ha sido asumido por generaciones como una situación fortuita y natural. La vulnerabilidad es su condición de vida y lo que nosotros llamamos desastre es tan sólo un elemento más de la normalidad (Mansilla, 1994, p. 115). En una zona de riesgo, los habitantes que se niegan a reubicarse son conscientes de este hecho (Evans, 1994, p. 10).
Esta visión conlleva a considerar la percepción del riesgo, es decir, el imaginario colectivo que tiene la población de los peligros y la vulnerabilidad que existe en su comunidad. Esto se traduce en una concepción positiva o negativa que fortalece la capacidad de respuesta de la población o que incrementa su vulnerabilidad.
Tener y conocer la percepción del riesgo permite planear estrategias y planes de prevención de acuerdo con la forma de pensar y la concepción de riesgo que tenga la población en general o una localidad en particular.
Tal como sostiene la doctrina de las ciencias de la comunicación, el entendimiento compartido entre el emisor y el receptor es esencial para la transmisión del conocimiento, o sea para que una persona pueda entender y reconocer el potencial de futuros eventos (Evans, 1994, p. 11); sin embargo, a pesar de la difusión y divulgación, en ocasiones muy intensa, que se hace en los programas de sensibilización, una parte de la población tiene un periodo muy bajo de percepción de los riesgos o de crear conciencia a partir de los mismos, tiende a olvidar esas cosas y prefiere tener en mente asuntos más agradables, de interés diario, que estos peligros a largo plazo (Meli, 2005, p. 241).
En este sentido, la identificación de riesgos y vulnerabilidades, la percepción como reconocimiento del riesgo y su manejo, forman elementos de la denominada gestión integral del riesgo de desastre que son las acciones que se organizan de manera individual o colectiva para transformar las condiciones de riesgo o posibilidades de sufrir daños en vida o patrimonio, mediante el control, eliminación de las causas que intervienen en el desarrollo de los accidentes y desastres: amenazas o peligros; y las diferentes vulnerabilidades.
Desde esta perspectiva, se presentan cinco pasos fundamentales para llevar a cabo la gestión integral de riesgos (Pliego y Avilés, 2002, p. 72):
- Conocer conceptos básicos (amenaza, peligro, vulnerabilidades, riesgo, accidente y desastre)
- Identificar riesgos
- Analizar causas de origen de riesgos
- Organizar el programa comunitario
- Trabajar sobre la anulación y mitigación de riesgos
Como reflexión final sobre los riesgos socioorganizativos se consideran aspectos como: el contexto en que se desarrollan, las actitudes o comportamientos detonantes y la forma gradual de impacto en determinado sistema. De este modo, resulta implícita la relación de desastres originados por fenómenos perturbadores de origen natural o antrópico con el riesgo socioorganizativo y su impacto social, en donde pueden identificarse las vulnerabilidades, percepción de riesgos y su manejo, elementos constitutivos de la gestión integral de riesgos; sin embargo, se precisa que dentro del esquema propositivo de la tendencia preventiva de desastres, se debe evitar confundir a los riesgos socioorganizativos (a pesar de su difícil delimitación) con los conceptos de construcción social de riesgos (identificación, reconocimiento y aceptación de riesgos por la sociedad) y de riesgos, peligros y vulnerabilidades sociales.